Sin duda lo que más me ha llamado la atención hoy han sido las caricias. Ese simple gesto de rozar con la mano un brazo, o pasar la mano por la espalda, desbarata lo que uno dice o intenta ocultar con las palabras. Más allá de lo que queremos aparentar esta la verdad de nuestros gestos, como un impulso involuntario que expresa el sentir más profundo del alma.
Hoy los gestos han delatado a nuestro rey y han rasgado la coraza que lleva puesta nuestra princesa. Hoy sus gestos los han dejado al descubierto. Unas caricias, unas simples caricias que pasan inadvertidas entre el bullicio de las palabras y el movimiento del dialogo, han contado la verdad que sus bocas no se atreven a gritar. Un roce lento, ligero, que contiene un sentimiento en cada una de las terminaciones nerviosas de las yemas de los dedos. Y en todo ello la piel, como conductor de sus anhelos.
La princesa aprendió a perdonar al rey y a convivir con el dolor del engaño. Extrañamente es juzgado por un engaño económico, cuando el engaño más hiriente fue el engaño del corazón. Pero a pesar de todo, el amor es más resistente que el dolor. Es como si el engaño fuese agua y el amor ese bálsamo de aceite que siempre flota por encima. El agua, el dolor no se evapora, sigue allí condensado, pero cuando uno deja de agitar la mezcla, el aceite, si es realmente puro y debidamente refinado, vuelve a ocupar su lugar por encima del líquido elemento. Hoy las caricias de la princesa a nuestro rey nos han enseñado el color, la textura y el sabor de su aceite, el aceite de la vida. Se le escapó resbalando por sus manos y le llegó al rey en forma de roce delicado. ¿Cuantos componentes encierra ese gesto? ¿Cuantos sentimientos? Quizás ni ella misma se haya dado cuenta, el rey tampoco. Pero su aceite se vertió sin remedio, a pesar de sus almas, a pesar de las situaciones difíciles, a pesar de lo que quieren aparentar, a pesar de ellos. Una caricia que significa te apoyo, estoy a tu lado, te comprendo, comparto tu dolor, tus miedos, formo parte de tu alma porque tu formas parte de la mía, en definitiva un te quiero.
Sin duda las caricias cambian de significado dependiendo de a quien se den, y cambian dependiendo de lo que nuestra alma sienta por la persona que la va a recibir. Sin duda nuestra caricia alberga sentimientos diferentes cuando se acaricia ha un niño, a un amigo o a un amor. Y hoy irremediablemente la carga emocional que contenían sus caricias era el reflejo del amor, de ese aceite que no se disuelve por más agua que echen encima intentando taparlo, las palabras pueden negar la evidencia pero los gestos son libres, espontáneos, casi sin pensar.
El rey ha recibido esas caricias, pero también ha acariciado, descubriendo en ellas su deseo. La diferencia entre uno y otro es que el rey no ha ocultado sus anhelos. La princesa sabe que el rey desearía acariciarla siempre, tenerla a su lado y regalarle sus manos para que siempre se sintiera acariciada, arropada, querida, amada. En cambio la princesa ha estado constantemente reprimiendo sus anhelos, arrojándolos al olvido, ocultándolos entre las decisiones, negándolos a cada instante. Pero hoy sus manos han hablado por ella, tirando por tierra cualquier argumento que su mente pudiera fabricar. Y una se pregunta cuando acaricio al caballero de la mesa redonda de la misma manera por última vez. Indudablemente la respuesta es clara. Nunca. Siempre ha sido la acariciada, sus manos no sintieron la necesidad de transmitir ningún sentimiento, ningún impulso de afecto desmedido corrió por su piel, tan solo caricias amistosas, a veces obligadas, pero nunca con el frenesí de un alma que muere de amor. Ella siempre ha guardado sus caricias para él. Y el rey que tanto tiempo ha sido desacariciado por ella, hoy a vuelto a sentir el roce sinuoso del corazón de su princesa en las yemas de los dedos, como un bálsamo, como un aceite que impregna y penetra en la piel nutriéndola.
Hoy nuestra princesa esta acercándose de nuevo a nuestro rey, sin que nadie lo vea, delicada, escondida tras una inocente caricia sin más importancia para el resto del mundo, pero que entrega el corazón al descubierto. Hoy sus almas se han acariciado aunque nadie haya prestado atención. Sus miradas lo han confirmado.
El amor no necesita palabras sólo caricias.
La princesa aprendió a perdonar al rey y a convivir con el dolor del engaño. Extrañamente es juzgado por un engaño económico, cuando el engaño más hiriente fue el engaño del corazón. Pero a pesar de todo, el amor es más resistente que el dolor. Es como si el engaño fuese agua y el amor ese bálsamo de aceite que siempre flota por encima. El agua, el dolor no se evapora, sigue allí condensado, pero cuando uno deja de agitar la mezcla, el aceite, si es realmente puro y debidamente refinado, vuelve a ocupar su lugar por encima del líquido elemento. Hoy las caricias de la princesa a nuestro rey nos han enseñado el color, la textura y el sabor de su aceite, el aceite de la vida. Se le escapó resbalando por sus manos y le llegó al rey en forma de roce delicado. ¿Cuantos componentes encierra ese gesto? ¿Cuantos sentimientos? Quizás ni ella misma se haya dado cuenta, el rey tampoco. Pero su aceite se vertió sin remedio, a pesar de sus almas, a pesar de las situaciones difíciles, a pesar de lo que quieren aparentar, a pesar de ellos. Una caricia que significa te apoyo, estoy a tu lado, te comprendo, comparto tu dolor, tus miedos, formo parte de tu alma porque tu formas parte de la mía, en definitiva un te quiero.
El rey ha recibido esas caricias, pero también ha acariciado, descubriendo en ellas su deseo. La diferencia entre uno y otro es que el rey no ha ocultado sus anhelos. La princesa sabe que el rey desearía acariciarla siempre, tenerla a su lado y regalarle sus manos para que siempre se sintiera acariciada, arropada, querida, amada. En cambio la princesa ha estado constantemente reprimiendo sus anhelos, arrojándolos al olvido, ocultándolos entre las decisiones, negándolos a cada instante. Pero hoy sus manos han hablado por ella, tirando por tierra cualquier argumento que su mente pudiera fabricar. Y una se pregunta cuando acaricio al caballero de la mesa redonda de la misma manera por última vez. Indudablemente la respuesta es clara. Nunca. Siempre ha sido la acariciada, sus manos no sintieron la necesidad de transmitir ningún sentimiento, ningún impulso de afecto desmedido corrió por su piel, tan solo caricias amistosas, a veces obligadas, pero nunca con el frenesí de un alma que muere de amor. Ella siempre ha guardado sus caricias para él. Y el rey que tanto tiempo ha sido desacariciado por ella, hoy a vuelto a sentir el roce sinuoso del corazón de su princesa en las yemas de los dedos, como un bálsamo, como un aceite que impregna y penetra en la piel nutriéndola.
El amor no necesita palabras sólo caricias.
4 comentarios:
Plas, plas, plas.....
Tu fan incondicionAL !!
Igrot
Felicidades, me encanta como escribes...
hasta pronto
Mabsi67
Me ha encantado lo que has escrito. Nunca había entrado en tu blog porque no lo sabía, pero me ha encantado.
Un beso. Concha
Tienes toda la razón. No sólo se puede acariciar con las manos. También con gestos y miradas incluso con palabras. Como siempre consigues sacar lo mejor de la serie ;)
Un besote. Anony_mousse
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