lunes, 14 de enero de 2008

Una bofetada que da esperanza


14 de Enero de 2008



Nuestro Rey salió de las oscuras mazmorras que lo retenían, con garra, con fuerza, con esperanza, con ganas de luchar por recuperar sus posesiones, con el anhelo de reconquistar aquello que más amó y ama, aquello por lo que sacrificó su libertad. Traía consigo la valentía, la madurez adquirida en su cautiverio, el coraje y la determinación, nobles valores de caballero dignos y a la altura de un rey, pero no fue suficiente. Sin esperárselo todo su reino, el reino que conocía, el único que había habitado, el único que había contemplado desde los ventanales del castillo, había cambiado, casi desaparecido.

De repente se encontró al borde de un acantilado, sin escolta y sin armas, sin armadura, sin caballo, sin ninguna otra tabla de salvación más que su orgullo. Y hasta el orgullo lo traicionó, le hizo decir a la princesa que el bello canto de amor que redacto antaño no la sustentaba como única inspiración de sus sentimientos.

La princesa tomándole prestado el orgullo no dudó en hacer lo propio, recordándole una y otra vez que ahora el caballero de la mesa redonda era quien ,de honorable manera, ocupaba su corazón.


El orgullo definitivamente les traicionó a los dos. Pero no fue él único. El padre de nuestro Rey vendió las posesiones más preciadas al eterno enemigo del reino, el reino del cual la princesa es consejera, el mismo reino que debía heredar nuestro Rey. Y a pesar de ser un desgraciado infortunio para ambos, precisamente ese hecho fue el que los volvió a reunir. La princesa en busca de explicaciones fue rauda a esclarecer tales hechos con el padre, pero al llegar a los aposentos solo estaba él.

Nuestro Rey mostró una imagen devaluada de si mismo, las destilaciones embotelladas ayudaron a su degradación. Por un tiempo se vino abajo, aniquilada toda voluntad el rey mostró su cara más vulnerable. Y así lo vio la princesa,como aquel futuro heredero que un día fue capaz de engañarla y manipularla resurgiendo en ella el recuerdo del dolor.


La batalla de palabras que la princesa y el Rey mantuvieron no fue más que un ir y venir de ocultaciones, ninguno de los dos siguió la línea adecuada, uno cegado por los celos, la otra por la moralidad que usa para esconder sus más profundos sentimientos. Y el rey, en el último momento embriagado y con valor, dejó que sus instintos y su deseo gobernaran la región de la cordura. La retó en un duelo con sus labios. La prueba de la victoria o la derrota estaba en las manos de ella. Una sonrisa o una caricia anunciarían que había ganado la batalla, por el contrario una bofetada anunciaría el fracaso de su táctica. Pero la respuesta fue ambigua, tras una reactiva guantada la princesa mantuvo su mano en la mejilla del rey disimulando su caricia. A partir de allí las palabras dejaron de tener sentido porque los dos intentaban descifrar el significado del hecho que se acababa de producir. Ni ganado ni perdido ¿como interpretarlo?


Para ella un quiero pero no puedo, el amor desbordándose en sus venas, una pasión contenida a la fuerza. Una bofetada porque todos sus allegados esperarían eso de ella después de lo vivido y sufrido con y por el rey, una bofetada para ocultar sus verdaderos sentimientos, una bofetada por la desventura de la decisión precipitada de rehacer su vida, una bofetada por seguir amándolo, una bofetada por sentir el impedimento moral de no poder seguir su beso, una bofetada por volver a sentir y no poder gritarlo. Una caricia por el deseo, una caricia por un te quiero que no puede pronunciar, una caricia como la extensión de sus labios en sus dedos con los que seguir besándole, una caricia para liberarse de todo prejuicio impuesto, una caricia por su mas profundo amor que se ve obligada por las circunstancias a acallar, una caricia sinuosa casi imperceptible para enmendar los falsos sentimientos que transmitió la bofetada.


Para él una bofetada que contiene un una tristeza, una bofetada que oculta más que desmiente, una bofetada que retiene el amor contenido que estalla por momentos en ella escapándose de su piel, una bofetada compromisoria, una bofetada que vislumbra un gesto de rabia por no poder ser sincera. Una caricia débil que le confirma que él sigue siendo su debilidad, una caricia sutil que le da esperanzas, que le confirma que no debe arrojar la toalla, que la contienda será dura, que hay una fuerza que mantiene al unísono sus latidos porque por encima de sus avatares ellos no han dejado de amarse.


Indudablemente el beso les hizo ganadores y perdedores de la misma batalla a los dos. Por suerte para esta batalla la esperanza es lo último que se pierde. Por suerte para el rey nunca se da tanto como cuando se dan esperanzas. Por suerte para las espectadoras la esperanza es un espejo colgado en el futuro.

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